Un poco de historia
Revisar la historia del pan en Chile es contar un capítulo relevante del proceso de industrialización de nuestro país. Este capítulo en particular tiene como protagonistas a los productores de trigo, molineros, industriales, panaderos, repartidores y finalmente a todos nosotros los chilenos consumidores de pan, los segundos mayores consumidores del mundo con un promedio de noventa kilos anuales por persona, solo por debajo de los turcos que comen 104 kilos.
Muy lejos de la opinión generalizada donde lo hecho a mano se valora por sobre lo fabricado industrialmente, la incorporación de procesos industriales en el ámbito panadero implicó una significativa mejora en la calidad del pan que hasta antes de 1700 todos los chilenos consumíamos. En ese entonces cada familia elaboraba su propio pan denominado “pan español” o “campesino”, que por su cantidad de manteca, era pesado y se endurecía rápidamente. Solo algunos privilegiados lograban conseguir el pan de mejor calidad que se cocía dentro de los grandes hornos de los conventos y noviciados, donde sí había expertos en el arte del amasijo. Es lógico entonces que las primeras panaderías chilenas surgieran cuando quienes realizaban el milagro de convertir la masa en miga, decidieran ampliar el negocio e independizarse. Nacieron así las panaderías de Bartolomé Exembeta, de Doña Isabel Donoso y la Panadería de la Casa de Huérfanos, las primeras de las cuales se tiene registro gracias a la pluma de Don Benjamín Vicuña Mackenna.
La bonanza económica de 1800, producto de la exportación de trigo, trajo consigo un primer auge industrial liderado por ingleses, alemanes y franceses quienes también generaron una demanda por pan de mejor calidad. Es así que a mediados del siglo XIX aparecen las panaderías ligadas a las colonias, como la Panadería Alemana, la Española y la Italiana que cuentan lógicamente con maquinaria como amasadoras importadas desde Europa y algunas incluso, sus propios molinos.
Las rústicas panaderías del siglo XIX, que se mantendrían inalterables durante casi doscientos años, permitieron la producción de pan en grandes cantidades, incorporando maquinaria que transformó el pan en un alimento esponjoso y liviano, accesible y crujiente. Cocido en enormes e incansables hornos a leña y distribuido por toda la ciudad en coches tirados por caballos, el pan de Chile dejó el ámbito privado y se multiplicó para abastecer a la nación.
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